lunes, 8 de septiembre de 2008

Cuatro millones de chinos vs. un verano fatal

Madrid en agosto. Algunos te dirán que es la mejor época, pocos reconocerán que es un infierno. Tú has creído hasta hace poco que tendrías tiempo libre dadas las horas de luz, pero al final tienes que reconocer que es imposible hacer nada hasta que se va el sol y los niveles de trabajo te están aplastando. Los televisores sintonizan horas y horas de olimpiadas y tu terminas de leer El Teatro de los Lirios, de Lulu Wang: más de lo mismo. La China asfixiante, la disciplina, la carencia de elección individual. Pero qué belleza surge cuando el individuo deja de pensar y se sincroniza con un solo cuerpo, el de la coreografía del Estado. Ya empiezas a oír casos de amigos que han sido despedidos, o en cuyas empresas han empezado a despedir, y alguno tuyo ha acabado por decir basta y coger la delantera; se ha ido por su propio pie. Tú aún no tienes claro qué tipo de chino eres. Mi padre está esperando a que algún funcionario del Estado se decida a volver de sus vacaciones y estime oportuno operarle, y mientras tanto ya se está entrenando en tareas hospitalarias: a su hermana tuvieron que intervenirle por una infección interna. Pierdo mi fin de semana en ir y venir a verles. El tren por poco descarrila debido a un arrollamiento que rompe un cristal del vagón. La gente comenta con morbo los detalles que a fin de cuentas desconoce, el interventor me da un bocadillo y me dice que tardaremos 3 horas más, para cambiarnos de máquina. Por supuesto no nos devuelven el importe. Yo aprieto los auriculares contra mi pabellón auditivo y ajusto mis gafas de sol. Cierro los ojos y recuerdo la fábula visual de Nacho y Christina, e intento no.

Mercedes Díaz Villarías - Extraído de su blog Cabeza de perro -

No hay comentarios: